actu-maroc, 17-12-2025
Les escribo con el cansancio de un ciudadano que ama profundamente a su país, pero que ya no logra entender cómo, año tras año, las mismas desviaciones se instalan, se banalizan... y terminan por matar.
En demasiados municipios y administraciones, el dinero público ya no se percibe como un depósito sagrado, sino como una presa. Los contratos públicos y las órdenes de compra a veces se reparten como invitaciones familiares: primos, amigos, cercanos, redes, siempre los mismos nombres, los mismos circuitos, la misma opacidad. Y cuando la corrupción se convierte en un reflejo, la miseria se convierte en una regla. Se le pide al ciudadano que apriete el cinturón, mientras que algunos aprietan filas, se cubren, se arreglan.
El resultado lo vemos
en nuestras calles y barrios: obras chapuceras, infraestructuras “listas” en el papel pero frágiles en el terreno,
trabajos que se agrietan apenas entregados. Edificios y construcciones que se
derrumban, llevándose vidas, como si la negligencia fuera una fatalidad. Se
llora, se entierra, se prometen investigaciones... y luego se pasa a otra cosa,
hasta el próximo drama.
Y he aquí las
lluvias, las crecidas, las ciudades inundadas. Safi pagó un precio
insoportable, y otras localidades vivieron la misma angustia: aguas lodosas,
carreteras cortadas, comercios destruidos, familias traumatizadas. Cómo no
hacer la pregunta incómoda: ¿dónde estaban la prevención, el mantenimiento, los
planes de evacuación, las redes de saneamiento, la gestión seria del riesgo?
Los ciudadanos no esperan discursos después de la catástrofe, sino decisiones
antes de que ocurra.
Podría seguir
hablando de las lentitudes administrativas, de la injusticia social, del
sentimiento de abandono en ciertos territorios, de la salud y la escuela que se
“reparan” con parches, mientras que los privilegios circulan a gran velocidad.
Pero también quiero decir esto: a pesar de todo, Marruecos se mantiene. Resiste
gracias a sus mujeres y hombres honestos, gracias a quienes trabajan, pagan,
esperan.
Y a veces resiste
gracias a otro aliento: el fútbol. Estos últimos meses, ha sido una de las
pocas alegrías colectivas capaces de relajar el país, de unir, de hacer olvidar
—aunque sea por una noche— las facturas, las injusticias y las rabias. La CAN
organizada en Marruecos puede ofrecer ese paréntesis, ese momento de unidad y
orgullo.
Pero un paréntesis no
debe convertirse en una pantalla. Después de la fiesta, habrá que volver a la
realidad: proteger el dinero público, castigar a los tramposos, prevenir los
dramas, respetar la vida de los ciudadanos. El país más hermoso del mundo merece
más que la resignación. Merece la verdad, la responsabilidad y la dignidad.
Un lector fiel de Actu-Maroc



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