Ayman El Hakim, 28-12-2025
El reconocimiento oficial de Somalilandia por parte de Israel, anunciado el viernes 26 de diciembre de 2025, no responde a un simple realineamiento diplomático. Se inscribe en una estrategia regional más amplia, donde el reconocimiento estatal se convierte en un instrumento de proyección de seguridad y, potencialmente, en una palanca para la ingeniería demográfica.
Por primera vez, un Estado central del sistema
internacional reconoce una entidad resultante de una secesión unilateral, fuera
de todo marco multilateral. Al romper con el consenso sobre la integridad
territorial de Somalia, Israel no se limita a apoyar a un actor marginado: abre
un nuevo espacio de intervención político-militar en una región que se ha
vuelto central para el enfrentamiento directo e indirecto con Irán y los hutíes
en Yemen.
La elección de Somalilandia es estratégica.
Situado en el golfo de Adén, cerca del estrecho de Bab el-Mandeb, el territorio
domina una de las rutas marítimas más sensibles del planeta. Desde hace meses,
esta zona es el epicentro de los ataques hutíes contra la navegación
internacional, llevados a cabo con el apoyo político y militar de Irán. Al
reconocer a Somalilandia, Israel obtiene una base avanzada para inteligencia,
vigilancia marítima y la seguridad de sus rutas comerciales, en coordinación
con sus socios regionales.
Pero este reconocimiento podría tener también
otra función. Varios analistas mencionan ahora la hipótesis de un proyecto
israelí destinado a fomentar la emigración de palestinos de Gaza hacia
territorios periféricos, entre los cuales Somalilandia figuraría como una
opción posible. No se trata, en esta etapa, de un plan declarado oficialmente,
sino de una hipótesis alimentada por declaraciones políticas israelíes
repetidas sobre la “solución migratoria” para Gaza y por la búsqueda activa de
terceros países dispuestos a acoger a poblaciones “deportadas voluntariamente”.
El reconocimiento de Somalilandia ofrecería un
marco diplomático y jurídico para este tipo de proyecto. Un territorio pobre,
aislado, en busca de reconocimiento e inversiones, podría presentarse como una “solución
humanitaria”, cuando en realidad se trataría de una externalización del
problema palestino, conforme a una lógica antigua de desplazamiento más que de
resolución política.
Esta hipótesis, de materializarse, plantearía
cuestiones mayores. Transformaría el reconocimiento de Somalilandia en una
herramienta de reconfiguración demográfica, y no solo de seguridad. Sobre todo,
reforzaría la acusación de doble rasero: mientras se sigue negando la
autodeterminación de los palestinos en su propia tierra, se promovería una
solución basada en un enésimo exilio bajo el pretexto del pragmatismo.
Las consecuencias regionales serían graves.
Para Somalia y la Unión Africana, este reconocimiento constituye ya un
precedente peligroso, que debilita el principio de las fronteras heredadas de
la colonización. Para la propia Somalilandia, conlleva un riesgo mayor:
convertirse a la vez en un puesto avanzado militar en la confrontación con Irán
y Yemen y en un receptáculo de poblaciones desplazadas, instrumentalizado por
potencias externas.
Al reconocer a Somalilandia, Israel no se
limita a extender su red diplomática. Experimenta con una forma de diplomacia
del hecho consumado, donde el reconocimiento sirve para redibujar los mapas de
seguridad y humanos del conflicto regional.
En este mundo en recomposición, ser reconocido
ya no significa ser soberano. Significa ser útil —militar, política o
demográficamente.



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