SOLIDMAR, 31-12-2025
Al convertirse en el primer proveedor de fertilizantes de la Unión Europea, con el 19% de las importaciones, Marruecos es presentado ahora como un pilar de la seguridad agrícola del continente. Pero detrás de esta narrativa tecnocrática se esconde una realidad política brutal: una parte determinante de estos fertilizantes proviene del saqueo sistemático de los recursos del Sáhara Occidental, territorio no autónomo ocupado por Marruecos en violación del derecho internacional desde hace casi cincuenta años.
Una dependencia europea construida sobre una ilegalidad asumida
La guerra
en Ucrania sirvió de pretexto conveniente para una recomposición acelerada de
los suministros europeos. Al romper —parcialmente— su dependencia de los
fertilizantes rusos y bielorrusos, la UE no rompió con la lógica de la
depredación, la desplazó hacia un territorio colonizado, políticamente más
débil y jurídicamente marginado.
Las
instituciones europeas no pueden ignorar que los fosfatos explotados por la
OCP, en particular en Bu Craa, se extraen sin el consentimiento del pueblo
saharaui, único titular legítimo de la soberanía sobre estos recursos. Esta
ilegalidad no es ni ambigua ni controvertida: ha sido explícitamente reconocida
por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, cuyos fallos excluyen
claramente al Sáhara Occidental de cualquier acuerdo UE-Marruecos.
Continuar
importando estos fertilizantes equivale, por tanto, a institucionalizar la
violación del derecho internacional en el corazón mismo de las políticas
agrícolas europeas.
La OCP:
brazo económico de una ocupación colonial
La Oficina
Jerifiana de Fosfatos no es un simple actor industrial. Constituye uno de los
principales instrumentos económicos de la ocupación marroquí del Sáhara
Occidental. Los ingresos derivados de los fosfatos financian la consolidación
de la presencia marroquí en el territorio: infraestructuras, incentivos para la
colonización de asentamientos, dispositivos de control de seguridad.
Al
apoyarse en la OCP para asegurar su agricultura, la Unión Europea se convierte
en copartícipe de un sistema de dominación colonial, transformando un insumo
agrícola en un mecanismo de financiación indirecta de la ocupación.
La cadena
de valor de los fertilizantes europeos está así contaminada en su origen por
una explotación ilegal, que Bruselas elige tratar como un mero detalle
logístico.
Una
hipocresía estratégica en el corazón del discurso europeo
La UE se
presenta como campeona del "orden internacional basado en el
derecho", de la protección de los pueblos y de la trazabilidad ética de
las cadenas de suministro. Sin embargo, cuando se trata de fertilizar sus
campos, acepta sin escrúpulos que estos principios sean suspendidos a las
puertas del Sáhara.
Esta
contradicción no es accidental: revela una jerarquía implícita de derechos,
donde el derecho de los pueblos colonizados se vuelve negociable, tan pronto
como entra en conflicto con los imperativos de competitividad agrícola y
estabilidad de los precios alimentarios en Europa.
¿Seguridad
alimentaria o seguridad colonial?
En
realidad, la "seguridad agrícola" que la UE pretende reforzar se basa
en una clara elección política: garantizar la estabilidad de los mercados
europeos a costa de perpetuar una injusticia colonial. La creciente dependencia
de los fosfatos del Sáhara Occidental no asegura la agricultura europea;
consolida un statu quo colonial, ofreciendo a Marruecos una renta estratégica
que refuerza su posición diplomática y militar.
Lejos de
ser un socio neutral, Marruecos se convierte así en un actor clave de una
arquitectura de suministro europea basada en la impunidad, donde el derecho
internacional es invocado contra ciertos adversarios —Rusia, en particular— y
deliberadamente ignorado cuando obstaculiza intereses considerados vitales.
Una
línea de fractura reveladora
El auge de Marruecos como primer proveedor de fertilizantes de la UE no es una historia de éxito industrial. Es un revelador político: el de una Europa dispuesta a sacrificar sus propios principios para preservar su confort material.
En este sentido, los fertilizantes "marroquíes" no solo fertilizan los suelos europeos; alimentan un sistema internacional de dos velocidades, donde la ocupación y el saqueo se vuelven aceptables mientras sirvan a la estabilidad de las potencias dominantes.



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